miércoles, 15 de febrero de 2012

Cuando un amigo se va...


En un día casi primaveral, 21 de Abril de 2010 a los 71  murió mi amigo el poeta, escritor, linguista especializado en guaraní, Carlos Martinez Gamba. No siento el dolor aún , sólo la certeza que ya sabíade la proximidad de la partida. Que lo dejé ir, agradeciendo haberlo conocido, marcó muchas cosas en mi vida.

 El aliento no sólo para escribir sino para publicar, su maravillosa biblioteca y las  extensas charlas literarias que mantuvimos tantos y tantos veranos, tomando champaña sentados en sillones de mimbre en la puerta de su casa. El descubrimiento de la cultura guaraní, las primeras lecturas de historia paraguaya y guaranítica, las discusiones que estas lecturas suscitaban. Mi cursada de maestría en Oberá que tuvo que ver con la inmensa curiosidad que despertó en mi todo lo referido al tema de la relación entre jesuitas y guaraníes. Me contagió su amor a  esa cultura, su devociíon al idioma y su decisión absoluta casi como un sacerdocio de dedicarse a escribir en esa dulce y maravillosa lengua, de la cual no se pronunciar una palabra. Sus traducciones de mis cuentos “Cabeza Coronada de laureles” y “Yuyitos para el amor lejano”, aunque no los entienda ,  ahora se que están traducidos al francés y al guaraní y eso perdurará eternamente. Así como las visitas a las ruinas de San Ignacio, Loreto y Santa Ana. El haber conocido Oberá y allí a Ernesto.
Debo confesar que yo creí siempre en su convicción de que le esperaba un destino  de longevidad , pero en eso me engañó. Generoso en sus conocimientos, absolutamente tacaño ., en primer lugar consigo mismo, en lo que tenía que ver con el dinero. Las familias y personajes que él me hizo conocer alimentaron y aún lo hacen mi propia literatura, son inolvidables y se han eternizado en el papel impreso.
 También me dejó como legado una amiga,Nela, que fue su mujer por veinte años.Sus hijos Rodrigo que vive en Misiones, Demian que habita en Colombia y Fedra, trasplantada y con una familia encantadora en Suecia.
 Esos atardeceres del alto Paraná, con el canto del urutau, y su inclaudicable voluntad de señalarme árboles y darme su nombre en ambos idiomas y mi terca imposibilidad de aprender ni siquiera en castellano el nombre de esos árboles ni tampoco de los pájaros, que él reconocía por su canto.Esos eran sus regalos capesinos, como los llamaba. Un diccionario de pájaros le regalé un verano; las novedades de las librerías, cargaba en mis valijas cuando lo visitaba (hasta recortes de diarios y revistas) “los regalos de una porteña”, que esperaba y devoraba en lecturas maratónicas.
 Quedarán sus obras, el diccionario guaraní castellano que sus herederos deberán publicar, el honor de haber sido Premio Nacional de Literatura Paraguaya, con ese relato de 900 páginas sobre la Guerra de la Triple Alianza. Donde plasmó su admiración al Mariscal Solano Lopez, y el amor a su tierra de orígen.Llevo en mis oídos sus fragmentarios relatos sobre las batallas de Curupaity y Humaita, que me trasportaban a mi infancia, los veranos en Gualkeguay con los poemas  recitado por mi abuela Pancha sobre el Paraguay que venía a la memoria cada vez que hablaba con Carlos.
 Su maravilloso trabajo de “El Canto resplandeciente”  que también perdurará por muchos años, un trabajo lleno de amor y dedicación. Siento que debo escribir la novela de los jesuitas y terminar la de “Según pasan los años” porque le gustaría leerlas. Todo el último tiempo de su vida ya no era él o sólo quedaban fragmentos, la ceguera fue algo terrible, padecemos ambos de diabetes, pero como con Manuel debo ahora vivir por unos cuantos: Manuel, Enrique P. , Enrique O. , Carlos Martinez , Alberto S.,Jorge G. a todos ellos les agradezco haberlos conocido, fueron a su manera seres que me hicieron crecer, aprender y gozar. 
Mis amigos han muerto, vivan mis amigos por siempre guardados en mi corazón.



EL SALTO BERRONDO, Y COMO TARZAN Y JANE SE AMARON DESCARADAMENTE GRACIAS AL CHAMAN MARTINEZ GAMBA.

Se escuchan los pájaros, cantos diversos, hay aquí  una  multiplicidad de aves, nunca pude reconocer sus cantos, desde el ruiseñor y la alondra que confundían a Romeo y Julieta . Por más que regrese verano tras verano, no logro distinguirlos. Uno sólo que se escucha al atardecer: el urutau  me es familiar, por su matcado llanto, por aquel poema de Guido Spano que recitaba mi abuela   en atardeceres provincianos: “llora, llora urutau/ en las ramas del yatay/ ya no existe el Paraguay/ donde nací como tu”, pero no es un llanto, pontificaba el poeta guaraní, es  una llamada de amor. Misterios que nunca he querido develar, esto del llorar o el llamar.Me bastaba sentarme a orillas del Alto Paraná, en su compañía y reconocerlo, “allí está el urutau”.
Siempre los porteños confundimos todo. Otro sonido poderoso es el del agua que cae, en Iguazúse justifica allí  son cataratas. Este del Berrondo es un salto.Comparado con aquellas, un saltito, pero sonaba fuerte. También están los saltos del Moconá, saltos longitudinales sobre el río Uruguay, otra rareza . Otros, como los de caída corta, pero sonoros del Cuña Piru. Llegamos al del Berrondo, esa última vez,   porque Martinez Gamba me tomó de un brazo cuando empezaba el sacerdote a hablar al borde del hoyo en la tierra y me hizo subir al auto.
Una vez , la primera que  escuché y llegué hasta su orilla llovía así que apenas se escuchaba la caída. Porque el agua del salto y la lluvia eran una sola. No entendía qué hacíamos allí mojándonos , acababamos de llegar de Puerto Rico y me mandaste con ese jovencito a conocer  las cosas interesantes del pueblo dijiste socarrón;“la ciudad” completó él para que no me confundiera  en cuanto a la diferencia con Puerto Rico. Llovía  con ese calor húmedo de los climas tropicales; más que hacer recorridos turísticos   yo solo quería saber qué iba a pasar esa noche , 31 de diciembre tan lejos de los míos, creída que lo pasaríamos en el alto Paraná, pero de golpe y a través de unas sierras espléndidas llegamos a la ridícula casita alpina en los suburbios de Oberá donde una Fanny recelosa me miró cómo diciendo desde la mirada: de dónde sacó esta tipa que yo no la conozco y por qué trae a sus mujeres a esta casa.
 Después apareció la profe, de anteojos y pelo casi blanco, que ennmudeció al verme como si fuera un riesgo no calculado para esa visita de “saludos de fin de año” y empecé a intuir que me habías llevado para provocarle celos. Aunque a esa altura y por mi insistencia le dijiste a Fanny que yo no dormía con vos, por lo tanto me pusiera en otra cama.
 La segunda vez que fui al Berrondo el sol brillaba y eran apenas  unas doce horas o quince, después de la primera. Y allí el sol se filtraba a través del follaje y los verdes eran infinitos, nunca me había  fijado en  tantas posibilidades de verdes . Después cuando me hice habitué a la provincia lo encontré en muchos lugares y pude ver la última cosa parecida a la selva en El Soberbio, lugar de acceso a los saltos del Moconá  y bastante llena de claros que indican desmontes irregulares y clandestinos, aunque tolerados por autortidades y habitantes.
 El amanecer del primero de año había mucha hostilidad en la casa; Federico tomaba vino debajo de un árbol y Martinez aplicando la solidaridad de los machos, tomaba junto a él. Fanny lavaba ropa con mucha energía, tal vez era otra cosa lo que quería expresar pero no se animaba. Nosotros sin casi decir una palabra avisamos que nos íbamos al Salto, Carlos quizá para compensar conmigo  la tensión del ambiente nos prestó su auto. Aunque el sol brillaba y la temperatura era alta , casi no había gente en el Berondo, magia del primer día del año que retrasa la salida de casi todos por los sopores etílicos y las indigestiones varias.
Bajábamos hacia el salto, al que también  quiero acceder en este momento, pero el sol no brilla y solo está Martinez sentado en un banco leyendo. En aquella segunda visita el joven guía se detuvo  ante una vegetación que cubría el manantial de agua .Hiciste un cuenco con tus manos poderosas a pesar de tu juventud, y me ofreciste de beber, agua fresca y cristalina. Nunca me animé a decirte que jamás había tomado agua de las manos de un hombre , después fue tarde, ahora ya no  podré decirlo jamás. Tomaste una ventaja que nunca sospechaste. Esa agua iba purificándome, era como una preparación antes de entrar al templo, siempre que regreso al salto aparece el sentimiento de lo sagrado.
 Ahora también deberé sumarle el recuerdo de dos almas que han partido y quizá espían a través del follaje, y se hacen chistes cómplices sobre la torpeza de las porteñas maduras. Si aún me quedara valor para regresar, para volver a escuchar el sonido del agua al caer, fijarme si los verdes siguen siendo tantos o sólo la magia de mis acompañantes permitía que los apreciara.
La ausencia de visitantes permitía aquella mañana, estreno de año nuevo, escuchar a los pájaros y el sonido incansable del agua cayendo, cayendo. Te mostrabas  orgulloso de mis exclamaciones, del placer que debía reflejar mi rostro de mujer entrada en años pero capaz aún de asombrarse como una jovencita. Tu eras el dueño del paisaje de Oberá, aunque Martinez sería para mi siempre el dueño de todos los paisajes misioneros, aunque el era de la otra orilla, esa que vemos del otro lado del río, en el Alto Paraná. Llora llora urutaú/ en las ramas del yatay/ ya no existe el Paraguay/ donde nací como tu/ llora llora urutaú!! Regresa el poema y el recuerdo de todos a los que se los escuché decir.
Aunque esa mañana debí acordarme de esta parte del poema.  “En idioma guaraní/ una joven paraguaya/ tiernas endechas ensaya/ cantando en el arpa así /en idioma guaraní “Como un joven fauno me afreciste tu brazo para emprender la caminata entre las piedras resbaladizas y quedar por detrás del salto.
 Años después Carlos me tomó del brazo para llevarme al auto y desde el cementerio ir al Berrondo, y volvió a tomarme fuerte del brazo para llevarme hasta la bajada. “llora reina, llora tranquila, nadie te apura”, me dijo como marcando eso que yo se que es el otro ritmo, el que no tiene que ver con la ciudad, ni siquiera con los blancos de la provincia, “los gringos”, que se apuraron en hacer plata, en producir. Tiene que ver con esos que ya estaban, con los de la cultura del “don” como diría don Bartomeu Meliá, el sabio jesuita.
Un tiempo circular, un tiempo que acompasa las estaciones, un tiempo que tiene la neblina y el resplandor, como parte del todo, un tiempo para sembrar, para madurar, para cosechar, para comer y repartir en la fiesta que es la vida y el encuentro, para después recomenzar y recuperar con más trabajo, que se justifica sólo  para que se produzca  otro encuentro y  una nueva fiesta.
Y  fiesta era hablar con Martinez de la historia del Paraguay, de la historia de las Misiones, de la literatura rusa, y pelearse por esas diferencias políticas,  burlarme que  comprara sobretodos como si fuera a la Plaza Roja, y   viviera en el trópico, mientras las bufandas, abrigos y gorros de lana se apolillaban en baúles, debajo de las bibliotecas de su casa. Pero es cierto que añoramos lo que no tenemos, quizá le contagió a Fedra, su hija esa nostalgia, ella eligió Estocolmo para formar una familia.
Fue una fiesta del don y también de la venganza aquellos encuentro amorosos con el fauno joven, inexperto, angustiado, una fiesta de piel como la del durazno, de músculos firmes, cómo entendí a mis compañeros los hombres, su imposibilidad de rehuir a jovencitas de carnes firmes , inexpertas, esa magia de la pedagogía. Lo que nunca se cuenta, que también nuestras pieles se notan más arrugadas y nuestros músculos flaccidos.  Pero no eras un sueño, ni un fantasma surgido desde la neblina presente en todo amanecer de la tierra colorada, eras carne y sangre, huesos, todo eso destrozado en una ridícula moto en esa ruta de suaves pendientes. Por eso Martinez me sacó del cementerio y me llevó al Berrondo.
Solo él supo, y Fanny que descubrió la carta, el hipócrita Federico que se escandalizó porque por primera vez su hijo lo pudo con una hembra. Tan bello  esos encuentros bajo el cielo estrellado de Oberá, “el mejor cielo del mundo”, suspiraste en mi oido. Y debí sacarte de la mezquindad familiar, traerte casi como un hijo a Buenos Aires, pero fui cobarde,en ese tu paisaje, no quise quedar en ridículo.
 Martinez reía y se mesaba las barbas entrecanas, y me escribía “me pidieron explicaciones mis amigos, por lo que le habías hecho a su hijo”, hacer hicimos mucho, mirando atardeceres y cielos estrellados debajo de los cuales nos tomamos de la mano, éramos tan insignificantes. Le contestaba en largas cartas a Carlos, otra cosa que ahora custodio, nuestra correspondencia , hecho singular y meritorio en un mundo que escribe mails.
Fuiste mi hombre, mi hijo, mi guía, pequeño Ernesto. Ese nombre claro , por el otro por Guevara
 que tus padres ayer jóvenes idealistas depositaron en ese pedacito de carne que fuiste y que era producto de la pasión ,hoy gastada , que hubo entre ellos. Esos que no pueden entender que vos y yo, en fin sería pedir demasiado, esos te pusieron Ernesto. Nunca soñaste con sierras y metralletas, querías ser ingeniero, preparar autos de carrera para competir en el autódromo de tu ciudad, ser un radioaficionado toda tu vida, tener niños y conocer el gran amor. Pero la vida fue mezquina y te abandonó en la ruta, y ya no hubo carreras de autos, ni muchacha embarazada.
Lo peor es que en poco tiempo los perdí a los dos, “el abate joven de los madrigales y el vizconde rubio de los desafíos”, diría el gran Ruben, pensando en él mismo tal vez??, se consideraba una marquesa??? morena y gorda????Es más fácil para mi pensarlo así.
 Cómo pensar en la literatura rusa, o en Hermann Hesse , cómo escuchar guaraní, o valses tristes sin Martinez. Es como enterrar los Winco para siempre, No poder regresar a sentarse en la orilla del alto Paraná. No tiene sentido recorrer miles de kilómetros para llegar a la tierra colorada si no veo su silueta, mesándose la barba de patriarca y el brillo oscuro y astuto de sus ojos. Los verdes no podrán ser tan brillantes y la verdad se me ha ido el interés por las selvas de cualquier tipo. No me interesa el urutau, sin el chaman que me develaba el secreto de la tierra. No me importa más ningún salto si el joven descendiente de eslavos no está parado sobre la roca cual un Tarzan rejuvenecido y vigoroso. Es el adiós definitivo a la juventud. Otros horizontes más sofisticados busco para mi vejez en avance.
No hay remedio para la ausencia, no hay nada que pueda llenar el vacío que dejan los amigos cuando se van. 
 A veces miro cielos estrellados y me parece verlos a ambos entre los millones de puntos luminosos, empujandome ha terminar mis deberes terrenos y prometiéndome encontrarnos en infinitas selvas sin desmontar, con saltos de aguas impolutas.  Siempre jóvenes, siempre sanos, sin ninguna mácula, ni herida, ni dolores del cuerpo ni del alma, contemplando juntos y en paz infinitas tonalidades de verdes. Se me ocurre entonces  murmurar “hasta pronto amigos”.
                                                                                        Leticia Manauta

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