sábado, 10 de mayo de 2014

Un mural recuerda en colores a catorce "gualeyos" notables

13.04.2014 | el paseo de los nuestros , un trabajo de Néstor Medrano y julio Saldaña en gualeguay







Hace un año falleció Juan José Manauta

20.07.2013 | una evocación de Juan José Manauta


Escribir en la lengua del río
una evocación de Juan José Manauta 



En el inicio de mi relación con la ciudad entrerriana de Gualeguay, recibí una primera señal cuando un camino de luz, después de una lluvia, rebotó sobre uno de los tantos adoquines, que gozan de muy buena vida en sus calles, e hizo centro en mi mirada. Recibí entonces una señal para reactivar algunos nombres en mi memoria literaria: Juan Laurentino Ortiz, Juan José Manauta, Carlos Mastronardi, ellos caminaron este paisaje. En mi acercamiento previo a Gualeguay había agregado dos nombres a mi memoria pictórica: Roberto "Cachete" González y Derlis Maddoni. Ellos también caminaron este paisaje en el que hoy hago camino.
En los primeros tiempos de dicha mirada, de visita en el Club Náutico Gualeguay, identifiqué a no mucha distancia un viejo puente que había caído sobre el río. Se lo nombra como el viejo puente Carlos Pellegrini, detrás de él, se ve el puente nuevo que lleva el mismo nombre. Desde el puente viejo se esparcieron las cenizas del escritor gualeyo Juan José Manauta, fallecido el 24 de abril. Veo la ceremonia sin haber estado presente. Me enteré tarde.
Desde la orilla del río me voy con la mirada mientras me pregunto sobre cuáles eran algunos de los pensamientos y anécdotas que identificaban al escritor.
En una entrevista de Horacio R. Palma para el diario El día de Gualeguay, en 2007, se le pregunta cómo recuerda su ciudad: "Yo nací el 14 de diciembre de 1919. Los primeros recuerdos que tengo de Gualeguay, son de 1927, 28. Recuerdo el empedrado infernal de sus calles. Unas cuatro o cinco cuadras del granitullo, recuerdo bien la 'plaza nueva', que era la Plaza San Martín. Cerca de esa plaza vivían mis abuelos. Pero el gran recuerdo es el río, el río era un referente, uno aprendía a nadar mientras aprendía a caminar. Nací en el Gualeguay de Juanele. Juan L. Ortiz era muy amigo de papá. Juanele andaba en su bicicleta repartiendo los libros que publicaba, porque como él pagaba las ediciones, las imprentas le fiaban y el tenía que salir a vender sus libros en bicicleta. Era empleado del Registro Civil, y papá le compraba varios libros para después venderlos en el almacén. Pero claro, nosotros no teníamos idea de la dimensión de Juan L. Ortiz. Y creo que el país no la tenía…"
Juanele tuvo una importancia decisiva en la vida del "Chacho" Manauta, en la misma entrevista cuenta la siguiente historia: "Cuando yo dije en casa que quería estudiar Humanidades en La Plata, mis padres no querían. Entonces yo hablé con Juanele, le mostré los planes de estudio y él me dijo: "Pero sí, vas a ir a estudiar a la mejor universidad del mundo." Entonces fue él y habló con mis padres y les dijo "Déjenlo a Chacho, déjenlo que vaya. Va a ir a estudiar a una facultad fantástica." Él me ayudó mucho, él hizo fuerza para que mis viejos me dejaran ir a estudiar a La Plata. Y me fui nomás en el '38. Recuerdo que en el 40 llegó al país el poeta español Rafael Alberti. Anduvo por todo el país dando charlas y conferencias, y después de la gira llega a La Plata y da una charla en el centro de estudiantes donde yo militaba. Y entonces Alberti dice: "He recorrido la Argentina, y estuve en Entre Ríos, y allí he conocido al poeta que me parece el más grande de la lengua española de este siglo", hizo una pausa Alberti allí, y dijo, "en Gualeguay lo conocí". Entonces yo le digo, mire, yo soy de Gualeguay, ¿quién es ese señor? "Pues Juan L. Ortiz", me contesta enseguida. Eso nos dijo Rafael Alberti en 1940, y en Gualeguay no lo sabíamos, nosotros creíamos en aquel entonces que Juanele era sólo un poeta local que hablaba del río, del sol, y de los sauces." En esa nota nombra a sus amigos de Gualeguay: Cacho Gálligo, Roberto "Cachete" González, Rodríguez Cuenca, Derlis Maddoni. A propósito de la escritura dice: "Yo creo que el recuerdo, no la nostalgia, el recuerdo, favorece más que la confrontación inmediata de la realidad. Favorece la expresividad y esa verdad relativa que nos trae la memoria. Y esa verdad, patinada digamos por el recuerdo, es más auténtica que la de la confrontación inmediata. (…) El 90% de lo que he escrito se refiere a Entre Ríos. Y de ese 90 %, todo se refiere a Gualeguay. Nunca me fui. Esa es la verdad. Yo soy una especie de hidra de dos cabezas. Una cabeza en Gualeguay, y otra en Buenos Aires."
Manauta se declara comunista, sostiene que la salida está en el socialismo, se ubica en la línea de José Saramago que afirmaba que era "un comunista hormonal". De manera obvia, el Chacho no cree en Dios, y sí en el hombre, a quien señala como creador de Dios "por necesidad, por ignorancia".
Desde Canal 2 de Gualeguay se dijo que fue una vergüenza que ninguna autoridad de la ciudad haya estado presente en la ceremonia en que se arrojaron sus cenizas al río. En Noticias Gualeguay 21 aparecen palabras de Leticia, hija del escritor: "El hecho de tirar las cenizas de mi papá en el río Gualeguay fue un deseo de hace mucho tiempo; él quería descansar en el río Gualeguay y creo que el río, que está absolutamente presente en su obra, es el lugar donde debe estar. Cuando una persona está lúcida, me parece que es dueña de su vida y de su muerte, él no dijo 'Quiero ir al Danubio', él dijo: 'Quiero ir a mi tierra', y me parece que esto es absolutamente coherente con toda su vida y con toda su obra. (…)El río siempre está, pero nunca es el mismo. Como el viejo era como era, él quiso volver al río, que es como volver a la vida."
Juan José Manauta se recibió de maestro en Gualeguay, y de profesor de Letras en La Plata. Escribió novelas: Los aventados, Las tierras blancas, Papá José y Puro cuento;  libros de cuentos: Cuentos para la Dueña Dolorida, Los degolladores, Disparos en la calle, Colinas de octubre y El llevador de almas; poesía: La mujer de silencio; y dos guiones para cine: Las tierras blancas y Río abajo.
Desde mi mirada, en mi orilla, y también desde la orilla del Gualeguay en tierras del Club Náutico, veo el puente recostado sobre el agua, como haciendo una reverencia. Desde la altura de una mañana de mayo un hombre en cenizas garúa, acaricia el agua del río: se mece primero en el viento, por historia, por identidad. "El río siempre está", en su quehacer cotidiano: el hombre que anotó las palabras del hombre, vuelve a la vida. «

Acerca de una niña solitaria que jugaba a inventar historias

Es cuentista y novelista. Aunque dice que la escritura le llegó tardíamente, la literatura estuvo siempre en su vida de la mano de su padre,  Juan José Manauta.




Luego de mi nota sobre Juan José Manauta en Tiempo Argentino, recibí unas líneas de Leticia, su hija, agradeciendo mis palabras. Comenzamos así un intercambio palabrero. Los dos con ganas de leer al otro. Ella en Buenos Aires, yo en Gualeguay, la ciudad natal de su padre. 
Lucía Montero, la última compañera de Manauta, viajó a Gualeguay, a casa de unos amigos. Quiso conocerme para agradecer la nota, y además traía dos libros de Leticia: Las sagradas ruinas (cuentos, 2006) y El archivista (novela, 2011). 
Primero espié los cuentos, leí “Réquiem para el amante muerto”: “Qué obscenas son las aberturas en la tierra que esperan los cajones que llevan a los muertos; que desagradable ruido de tierra al caer sobre la madera; y ese montículo de tierra removida aún sin cruz, ni placa, solo con flores que queda a solas cuando todos los que acompañamos al muerto nos retiramos. Para mí es el momento de quedarme a llorar sin pudor y decir que siempre sabré donde estás”. Después leí "Bukoskiana", una vuelta por el realismo sucio de los días, un directo al hígado que obliga a arañar el aire para llegar a la última palabra. Los cuentos, y luego la novela, otro título con mayúsculas, me llevó a una curiosidad: cómo habrá sido para Leticia su construcción como escritora, cómo escribir cuando a la mesa se sentaba el Chacho, papá, con toda su historia.
Leticia inicia el relato: "Papá había estudiado Letras en la UNLP y allí conoció a mamá, que estudió Filosofía y Ciencias de la Educación. Se dedicó a chicos especiales. Era la más linda de la facultad y supongo que Juan José el más feo, así que la historia se armó. Después se casaron, conmigo en camino. Él trabajaba en el diario La Hora y ella en la escuela que dependía de la universidad."
En 1948 Manauta fue preso por ser comunista, cerró el diario, su esposa también se quedó sin trabajo. 
A los dos años Leticia fue a vivir con la abuela materna en La Plata. Veía a sus padres los fines de semana. Se crió entre gente grande, era observadora: "Esa época entre los 5 y 8 o 9 años es una época fantástica para un niña. El juego es de verdad y yo jugaba mucho sola e inventaba historias, además de ser una lectora precoz y voraz." Pasó un tiempo más: "Recién a los 11 o 12 me junté con mis papás, y mi hermana menor, que siempre había vivido con ellos. Eso fue complicado para mí, pero tenía una biblioteca inmensa a mi disposición, un papá que quería cambiarme la cabeza 'de las ideas retrógradas de mi abuela', y por tanto dejó que leyera en absoluta libertad. Ya en ese entonces yo afirmaba que estudiaría Letras como mi papá." Recuerda Leticia: "Mi escritura vino tardíamente. Estudié Letras, dejé por Sociología, imaginate en el '68 estudiando latín, no combinaba, finalmente no terminé ninguna carrera. Escribí unos poemas horrorosos entre los 15 y los 18, algún relato en forma de carta que guardo bien escondido. Después notas en algunas revistas culturales. Empecé a escribir cuentos, fue lo primero, nunca se los mostré a Juan José."
La escritora levó anclas luego de los primeros vientos: "Ya grandecita busqué un maestro que me ayudara a ordenar el copioso material narrativo que tenía acumulado de cinco o seis años. Debía ser alguien de quien yo no admirara su literatura, porque no quería parecerme a nadie. Así encontré a Dalmiro Sáenz, o reencontré, porque lo conocía desde adolescente. Dalmiro ayudó a'ordenarme' con tanto material. Ahí empecé a preparar Así pasan los años, mi primer libro de cuentos. A medida que terminaba los cuentos se los leía a Juan José y él se asombraba. Le gustaban algunos más que otros, hacía alguna corrección, de estilo sobre todo. Le gustó el que dio título al libro; se asombró con 'La cabeza coronada de laureles', no sabía que había profundizado tanto sobre los guaraníes, los jesuitas, etcétera. Una de las novelas que estoy escribiendo es la ampliación de Así pasan los años, esa fue una sugerencia de él. Me dijo: 'Esto es un buen cuento, pero da para una novela', y ese mandato lo estoy cumpliendo lentamente”.
Leticia sigue hablando del oficio de la escritura, un mundo compartido entre padre e hija: "A pesar de las peleas que teníamos con Juan José por causas políticas, yo conocía su obra antes de ser publicada porque pasaba en limpio sus cuentos, después que corregía. Así aprendí a escribir a máquina, la vieja Underwood. Fue a partir de Cuentos para la Dueña Dolorida que hice ese trabajo. Juan José me pedía opiniones sobre los libros que yo leía, quería mis opiniones y así parece que fui aguzando cierta pericia analítica (no científica) sobre los textos de ficción. Más adelante pedía comentarios sobre sus propios escritos. Esto además lo comentaba con sus amigos/as, y muchas veces que le daban cosas a leer, por amistad, gente más joven, etcétera, me las daba a mí, y si yo decía que valían la pena, las leía él."
Mientras leía a Leticia me ganaba la sensación de que en su voz, sea en el cuento o en la novela, no había huecos, no había lugar para otras palabras. La construcción de la historia se hacía un refugio cómodo para su intención temática. Una literatura de ideas, de personajes que piensan sobre los mundos de afuera y de adentro. En "El archivista" leí un par de líneas: "(…) son versiones diferentes de una misma clase de mujer, las desamparadas. Nunca he podido resistirme a las miradas de desamparo de las mujeres". Y quedé pensativo mirando hacia mi pasado.
La autora dice que el cuento que más le gustaba a Manauta era "Yuyitos para el amor lejano": “Está en 'Las sagradas ruinas', decía que eso le pasa a un escritor una o dos veces en la vida. Algo así como lograr la perfección. Ese cuento por otro lado me llevó dos veces a Francia y a la Mediateque de Biarritz donde está mi voz grabada, el libro incorporado en la biblioteca, y de paso estuve en el Festival de Cine."
La escritora Leticia Manauta enseña el corazón de la escritura de su padre a través de dos dedicatorias: "Tengo la última dedicatoria que Juan José escribió, con letra temblorosa, antes de morirse. Yo había prestado sus Cuentos completos o alguien se lo llevó con dedicatoria y todo. Lucía recibió ejemplares y me dio uno, él lo dedicó de nuevo: 'A mi querida Leticia, con todo mi amor paternal' (12/4/2013). Es conmovedor ver esa letra que le debe haber costado un montón poner sobre el papel. Y sin querer encuentro un ejemplar de Mayo del '69 del 2008 con una dedicatoria que no recordaba y que me ha hecho llorar: 'A mi hija (hija'e tigre había de ser) Leticia, de corazón, algo más que mi sola continuidad biológica, también de mi alma. Con todo mi amor posible, y más, tu padre, Juan José', y después viene la firma." «