sábado, 10 de mayo de 2014

Acerca de una niña solitaria que jugaba a inventar historias

Es cuentista y novelista. Aunque dice que la escritura le llegó tardíamente, la literatura estuvo siempre en su vida de la mano de su padre,  Juan José Manauta.




Luego de mi nota sobre Juan José Manauta en Tiempo Argentino, recibí unas líneas de Leticia, su hija, agradeciendo mis palabras. Comenzamos así un intercambio palabrero. Los dos con ganas de leer al otro. Ella en Buenos Aires, yo en Gualeguay, la ciudad natal de su padre. 
Lucía Montero, la última compañera de Manauta, viajó a Gualeguay, a casa de unos amigos. Quiso conocerme para agradecer la nota, y además traía dos libros de Leticia: Las sagradas ruinas (cuentos, 2006) y El archivista (novela, 2011). 
Primero espié los cuentos, leí “Réquiem para el amante muerto”: “Qué obscenas son las aberturas en la tierra que esperan los cajones que llevan a los muertos; que desagradable ruido de tierra al caer sobre la madera; y ese montículo de tierra removida aún sin cruz, ni placa, solo con flores que queda a solas cuando todos los que acompañamos al muerto nos retiramos. Para mí es el momento de quedarme a llorar sin pudor y decir que siempre sabré donde estás”. Después leí "Bukoskiana", una vuelta por el realismo sucio de los días, un directo al hígado que obliga a arañar el aire para llegar a la última palabra. Los cuentos, y luego la novela, otro título con mayúsculas, me llevó a una curiosidad: cómo habrá sido para Leticia su construcción como escritora, cómo escribir cuando a la mesa se sentaba el Chacho, papá, con toda su historia.
Leticia inicia el relato: "Papá había estudiado Letras en la UNLP y allí conoció a mamá, que estudió Filosofía y Ciencias de la Educación. Se dedicó a chicos especiales. Era la más linda de la facultad y supongo que Juan José el más feo, así que la historia se armó. Después se casaron, conmigo en camino. Él trabajaba en el diario La Hora y ella en la escuela que dependía de la universidad."
En 1948 Manauta fue preso por ser comunista, cerró el diario, su esposa también se quedó sin trabajo. 
A los dos años Leticia fue a vivir con la abuela materna en La Plata. Veía a sus padres los fines de semana. Se crió entre gente grande, era observadora: "Esa época entre los 5 y 8 o 9 años es una época fantástica para un niña. El juego es de verdad y yo jugaba mucho sola e inventaba historias, además de ser una lectora precoz y voraz." Pasó un tiempo más: "Recién a los 11 o 12 me junté con mis papás, y mi hermana menor, que siempre había vivido con ellos. Eso fue complicado para mí, pero tenía una biblioteca inmensa a mi disposición, un papá que quería cambiarme la cabeza 'de las ideas retrógradas de mi abuela', y por tanto dejó que leyera en absoluta libertad. Ya en ese entonces yo afirmaba que estudiaría Letras como mi papá." Recuerda Leticia: "Mi escritura vino tardíamente. Estudié Letras, dejé por Sociología, imaginate en el '68 estudiando latín, no combinaba, finalmente no terminé ninguna carrera. Escribí unos poemas horrorosos entre los 15 y los 18, algún relato en forma de carta que guardo bien escondido. Después notas en algunas revistas culturales. Empecé a escribir cuentos, fue lo primero, nunca se los mostré a Juan José."
La escritora levó anclas luego de los primeros vientos: "Ya grandecita busqué un maestro que me ayudara a ordenar el copioso material narrativo que tenía acumulado de cinco o seis años. Debía ser alguien de quien yo no admirara su literatura, porque no quería parecerme a nadie. Así encontré a Dalmiro Sáenz, o reencontré, porque lo conocía desde adolescente. Dalmiro ayudó a'ordenarme' con tanto material. Ahí empecé a preparar Así pasan los años, mi primer libro de cuentos. A medida que terminaba los cuentos se los leía a Juan José y él se asombraba. Le gustaban algunos más que otros, hacía alguna corrección, de estilo sobre todo. Le gustó el que dio título al libro; se asombró con 'La cabeza coronada de laureles', no sabía que había profundizado tanto sobre los guaraníes, los jesuitas, etcétera. Una de las novelas que estoy escribiendo es la ampliación de Así pasan los años, esa fue una sugerencia de él. Me dijo: 'Esto es un buen cuento, pero da para una novela', y ese mandato lo estoy cumpliendo lentamente”.
Leticia sigue hablando del oficio de la escritura, un mundo compartido entre padre e hija: "A pesar de las peleas que teníamos con Juan José por causas políticas, yo conocía su obra antes de ser publicada porque pasaba en limpio sus cuentos, después que corregía. Así aprendí a escribir a máquina, la vieja Underwood. Fue a partir de Cuentos para la Dueña Dolorida que hice ese trabajo. Juan José me pedía opiniones sobre los libros que yo leía, quería mis opiniones y así parece que fui aguzando cierta pericia analítica (no científica) sobre los textos de ficción. Más adelante pedía comentarios sobre sus propios escritos. Esto además lo comentaba con sus amigos/as, y muchas veces que le daban cosas a leer, por amistad, gente más joven, etcétera, me las daba a mí, y si yo decía que valían la pena, las leía él."
Mientras leía a Leticia me ganaba la sensación de que en su voz, sea en el cuento o en la novela, no había huecos, no había lugar para otras palabras. La construcción de la historia se hacía un refugio cómodo para su intención temática. Una literatura de ideas, de personajes que piensan sobre los mundos de afuera y de adentro. En "El archivista" leí un par de líneas: "(…) son versiones diferentes de una misma clase de mujer, las desamparadas. Nunca he podido resistirme a las miradas de desamparo de las mujeres". Y quedé pensativo mirando hacia mi pasado.
La autora dice que el cuento que más le gustaba a Manauta era "Yuyitos para el amor lejano": “Está en 'Las sagradas ruinas', decía que eso le pasa a un escritor una o dos veces en la vida. Algo así como lograr la perfección. Ese cuento por otro lado me llevó dos veces a Francia y a la Mediateque de Biarritz donde está mi voz grabada, el libro incorporado en la biblioteca, y de paso estuve en el Festival de Cine."
La escritora Leticia Manauta enseña el corazón de la escritura de su padre a través de dos dedicatorias: "Tengo la última dedicatoria que Juan José escribió, con letra temblorosa, antes de morirse. Yo había prestado sus Cuentos completos o alguien se lo llevó con dedicatoria y todo. Lucía recibió ejemplares y me dio uno, él lo dedicó de nuevo: 'A mi querida Leticia, con todo mi amor paternal' (12/4/2013). Es conmovedor ver esa letra que le debe haber costado un montón poner sobre el papel. Y sin querer encuentro un ejemplar de Mayo del '69 del 2008 con una dedicatoria que no recordaba y que me ha hecho llorar: 'A mi hija (hija'e tigre había de ser) Leticia, de corazón, algo más que mi sola continuidad biológica, también de mi alma. Con todo mi amor posible, y más, tu padre, Juan José', y después viene la firma." «

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